La situación tan alarmante por la que está atravesando actualmente el mundo entero nos ha hecho reflexionar acerca de la violencia y la paz. ¿cómo se desencadena la primera? ¿Cómo podemos construir la segunda?
Poco a poco, como comunidad internacional, hemos comprendido que la paz no sólo es la ausencia de la violencia sino que es también la transformación no violenta y creativa de conflictos. Es, como lo ha dicho el Instituto para la Economía y la Paz, las actitudes, estructuras e instituciones que contribuyen a mantener y sostener sociedades pacíficas.
Esto nos hace preguntarnos ¿cuáles pueden ser esas maneras creativas de abordar conflictos que contribuyan a la edificación de dichas actitudes, estructuras e instituciones? Y tal pregunta nos lleva inevitablemente a pensar en la cultura y el arte.
La identidad, la cultura y la paz están intrínsecas y estrechamente relacionadas. La cultura es identidad. Por ello, esta es un determinante importante de cómo las personas se perciben a sí mismas, entre sí y al Otro. Por consiguiente, la cultura es vital en el proceso de fortalecer los lazos entre los pueblos y las regiones; y, así, transformar el conflicto de manera no violenta.
Frente a la guerra que azota a la humanidad, artistas de muy diversas disciplinas han visto en su arte un gran potencial para generar resistencia, abrir los ojos a nivel mundial y generar unión nacional e internacional. Artistas alrededor de todo el mundo se han apropiado de las calles, del espacio público para expresar lo que con palabras no puede ser dicho.
A nivel mundial, las personas en el mundo del arte y la cultura también se han expresado de diferentes maneras. Este hecho es inevitable, porque el arte es expresión y es diálogo.
No obstante, se debe evitar a toda costa el que el arte y la cultura se vean afectadas negativamente en cualquiera de los países involucrados. Deben ser herramientas para la diplomacia y el diálogo, no para crecer la polarización y la violencia.
El derecho a la cultura es para todas y todos, sin importar la clase social, el género, la etnia, la nacionalidad o la afiliación política. Y la negación o la no garantización del derecho a la participación en la vida cultural es una violación explícita a la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Ahora bien la destrucción del patrimonio cultural constituye una violación al Derecho Internacional Humanitario y un crimen de guerra. Como dijo la directora de la UNESCO Audrey Azoulay: “Debemos salvaguardar este patrimonio cultural, como testimonio del pasado pero también como vector de paz para el futuro, que la comunidad internacional tiene el deber de proteger y preservar para las generaciones futuras. Para proteger el futuro, también las instituciones educativas deben ser consideradas santuarios”.
El ataque a las instalaciones educativas es un ataque directo al futuro de la humanidad. El ataque a los periodistas es un ataque al acceso a la información, a la libertad de expresión y, por consiguiente a la verdad.
Por ello, como comunidad internacional debemos vigilar, por un lado, que el patrimonio cultural tanto material como inmaterial no sea un blanco de guerra, pues esto podría llevar al quiebre de lo más profundo de la identidad y la memoria colectiva y, por otro lado, que ningún artista se vea agraviada o agraviado, pues sin ellas y ellos la creatividad, la libertad y el corazón de la humanidad se vería lesionado.
En efecto, la cultura y el arte , pueden darnos la sensibilidad que necesitamos en este mundo lleno de odio y violencia; nos hacen ser más humanos y nos permiten ver la humanidad del Otro.
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