Hace unos días le pedí a mis primos de 10 y 12 años que me acompañaran a llevar una caja de ropa a Casa Tochán, un albergue de migrantes en la Ciudad de México. Lo hice con la intención de que desde su corta edad se sensibilizarán a otras realidades en nuestro país. En el camino hacia el albergue les pregunté si alguna vez habían escuchado hablar de las personas migrantes. Su respuesta fue que no. Al darles una breve explicación me dijeron “¡Ah! Como los de Venezuela”, era su referencia más clara.

En el albergue, un migrante cubano, que ahora colabora de manera cotidiana ahí mismo, nos dio un recorrido por la casa, nos explicó las dificultades que atraviesan y la situación actual de la migración en México. Al finalizar nuestra visita, ya en el auto de regreso, se originó una reflexión. El más grande de mis primos tenía varias dudas. No entendía bien a qué problemas se enfrentaban las personas migrantes o por qué se decía que “no lograban llegar a Estados Unidos” ¿por qué no lograrían llegar?, se cuestionaba.  Ante sus preguntas, su mamá, su papá y yo tratamos de explicarle por qué las personas deciden dejar sus hogares, las amenazas del camino y los problemas de la llegada. En esa reflexión les expliqué que, tristemente, la policía no siempre cuida a las personas, sino que, en muchas ocasiones, son el villano de la historia.

Días después de esa visita y esas reflexiones, amanecimos con la noticia que 38 migrantes habían muerto en un incendio en una estación migratoria del Instituto Nacional de Migración en Ciudad Juárez, Chihuahua. Peor aún, un vídeo mostró que guardias de seguridad dejaron encerrados a los migrantes en una celda mientras el fuego se propagaba. Así es, los agentes que tienen el mandato de proteger a las personas en movilidad dejaron morir de la manera más cruel a decenas de hombres. Se ejemplificó, de forma monstruosa, lo que días antes le traté de explicar a mis primos pequeños.

La tragedia de Ciudad Juárez demuestra que las estaciones migratorias del INM no son “albergues”, como lo disfrazó el presidente en la mañanera, son centros de detención que privan a las personas en movilidad de su libertad, que los mantiene en condiciones infrahumanas, sin contar con condiciones mínimas de dignidad como el acceso al agua y a alimentos, y son tratados con crueldad. Una vil criminalización de la migración. La deshumanización.

Todo ello se ha agravado desde que el gobierno mexicano pactó con Estados Unidos una política migratoria en la cual aceptó recibir, de manera mensual, hasta 30,000 migrantes que no sean aceptados en el país vecino. El gobierno de México ha utilizado a migrantes como una moneda de cambio, como letra de negociación. Así pues, una gran parte de estas personas se queda en la frontera norte de México. No obstante, en vez de que se tomen las medidas adecuadas para acoger a estas personas, se ha optado por una política de aprehensión y los centros de detención del INM se encuentran en un estado de hacinamiento.

La desgracia ocurrida en Ciudad Juárez es una muestra de un fenómeno nacional y global que criminaliza a las personas migrantes y que está enraizado en prácticas y una mentalidad de discriminación, xenofobia y aporofobia. Lo perverso radica en que esto no sucedió a manos de traficantes o del crimen organizado, ocurrió a manos de la instancia responsable de proteger y garantizar los derechos humanos de las personas migrantes. El horror. Se tocó fondo.

“¿De qué gangrena se origina tanto odio y desprecio?”, se pregunta Emiliano Romero en su texto Hermanxs llamando a la puerta. “De la ignorancia”, respondería yo. ¡Qué sociedad tan empobrecida la que ve al migrante como el enemigo y el problema a vencer, en vez de verle como hermana, hermano, como diversidad y riqueza!

¿Y nosotras, nosotros qué vamos a hacer frente a esta realidad?  La indiferencia no es opción. La injusticia nos reclama a todas y todos.

Digiprove sealCopyright secured by Digiprove © 2023 Ana Limón Martínez